La trombosis es un problema de salud que, aunque pueda sonar lejano, tiene una presencia mucho más habitual de lo que imaginamos. Cada año, miles de personas son diagnosticadas con esta complicación que se produce cuando un coágulo de sangre obstruye una vena o una arteria, impidiendo que la circulación fluya como debería. La situación puede ser grave, especialmente si el trombo viaja a zonas sensibles como los pulmones, el corazón o el cerebro. De ahí que conocer los detalles de esta patología sea fundamental, tanto para entender sus riesgos como para actuar con rapidez si aparece alguna señal de alarma.
Hablar de trombosis es hablar de un tema amplio y complejo, que incluye distintos tipos según el lugar donde se forme el coágulo y las consecuencias que esto pueda acarrear. Seguro que has oído alguna vez términos como "trombosis venosa profunda" o "embolia pulmonar", pero ¿sabías que ambos están relacionados? La prevención y el tratamiento precoz son las mejores armas para minimizar sus efectos, y la buena noticia es que, con la información adecuada, es posible reducir de manera considerable el riesgo de padecerla.
En las siguientes líneas vamos a profundizar en qué es exactamente la trombosis, cómo identificarla a tiempo, qué la provoca y, por supuesto, qué opciones existen actualmente para tratarla y prevenirla. Todo ello, explicado de forma clara y cercana, con el objetivo de resolver dudas y ofrecer una visión completa que te ayude a cuidar tu salud.
¿Qué es la trombosis?
La trombosis se produce cuando un coágulo de sangre —conocido técnicamente como trombo— se forma dentro de un vaso sanguíneo, ya sea una vena o una arteria. Estos coágulos obstruyen el flujo normal de la sangre, lo que puede desencadenar complicaciones de diversa gravedad. Si el trombo permanece en su lugar, puede restringir el suministro de oxígeno a los tejidos cercanos. Sin embargo, si se desprende y viaja por el torrente sanguíneo, puede alojarse en órganos vitales y provocar emergencias como una embolia pulmonar, un infarto de miocardio o un ictus.
Hay dos tipos principales de trombosis:
- Trombosis venosa: afecta a las venas, que son los vasos encargados de llevar la sangre de vuelta al corazón. La más conocida dentro de este grupo es la trombosis venosa profunda (TVP), que suele desarrollarse en las piernas.
- Trombosis arterial: se forma en las arterias, que transportan la sangre rica en oxígeno desde el corazón hacia el resto del cuerpo. Aquí el riesgo es mayor porque puede provocar un infarto o un accidente cerebrovascular.
La gravedad de la trombosis depende de factores como la ubicación del trombo, su tamaño y la rapidez con que se actúe tras la aparición de los primeros síntomas. Por eso, la detección precoz es clave.
Causas de la trombosis
La formación de un coágulo de sangre que deriva en una trombosis no responde, por lo general, a una única causa. Más bien, suele ser el resultado de la combinación de varios factores que alteran el equilibrio natural de la sangre y de los vasos sanguíneos. Para que la circulación funcione correctamente, se requiere que las paredes de los vasos estén en buen estado, que la sangre fluya sin obstáculos y que los mecanismos de coagulación estén en equilibrio. Cuando alguna de estas piezas se altera, el riesgo de trombosis aumenta considerablemente.
Uno de los desencadenantes más habituales es la lentitud del flujo sanguíneo, algo que ocurre con frecuencia en personas que pasan largos periodos sin moverse. Por ejemplo, después de una cirugía importante, durante una hospitalización prolongada o en viajes de larga duración donde el movimiento de las piernas se reduce al mínimo. Esta falta de movilidad favorece que la sangre se estanque, especialmente en las extremidades inferiores, facilitando la formación de coágulos.
A esto se suman las alteraciones en la coagulación. Existen personas que, debido a factores genéticos o enfermedades adquiridas, tienen una mayor tendencia a que su sangre coagule de manera excesiva. Estas situaciones se conocen como estados de hipercoagulabilidad. Por ejemplo, algunos trastornos hereditarios, como el déficit de antitrombina o la mutación del factor V Leiden, predisponen a la aparición de trombos, incluso en personas jóvenes y aparentemente sanas.
Las lesiones en la pared de los vasos sanguíneos son otro factor clave. Una operación quirúrgica, un traumatismo o incluso una inflamación mantenida en el tiempo pueden dañar el revestimiento interno de las venas o arterias, facilitando que las plaquetas y otros componentes de la sangre se adhieran a la zona dañada y formen un trombo. De hecho, procedimientos médicos como la colocación de catéteres o prótesis también pueden incrementar este riesgo, al alterar físicamente la integridad de los vasos.
Por último, no se puede pasar por alto la influencia de factores hormonales y metabólicos. El embarazo, por ejemplo, es una etapa en la que los cambios hormonales y la compresión de los vasos sanguíneos en la pelvis aumentan la propensión a formar coágulos. De forma similar, la utilización de anticonceptivos orales o tratamientos hormonales sustitutivos incrementa este riesgo, sobre todo cuando existen otros factores predisponentes. La obesidad, el tabaquismo y enfermedades crónicas como la diabetes o el cáncer también contribuyen a alterar la circulación y los mecanismos de coagulación de la sangre.